Instituciones públicas y cambio social: el gobierno de las cosas pequeñas
Zoe López Mediero y Azucena Klett
Cada nuevo espacio para la reflexión sobre la economía política de las manifestaciones artísticas contemporáneas es un pequeño oasis que nunca está garantizado. Hay que ganarlo con cada proyecto, en cada experimento. Toda institución cultural que se precie se reserva el derecho a esta reflexión e incluso es habitual que la promueva. Lo que las diferencia son los modos de llevarla a cabo, desde la manera más abierta (pública) hasta las menos abiertas (privadas), de las que participan en exclusiva sólo algunos de sus órganos. Por lo general la estructura de cada institución determina la forma en que este debate se lleva a cabo. Se podría hablar de instituciones triángulo, instituciones árbol o en red, instituciones triángulo invertido, instituciones circulares o incluso instituciones matrioska…
Quizá es interesante recordar que el gobierno es más una construcción que algo cerrado y que permanece. ¿Pero, puede el “gobierno” ser algo que se negocia en cada caso? Hacer de este modo implicaría que los proyectos, en su desarrollo, fueran menos legibles desde fuera de ellos. Además, no tendrían un tempo lineal, sino cíclico: nos pasan cosas que nos ayudan o incluso nos obligan a reformularlos. Se producirían avances y retrocesos. Y sobretodo, intensos debates sobre el reparto de los capitales simbólicos y materiales que inciden de manera determinante en cada una de las diferentes fases: la materialización, la circulación y la recepción de este tipo de manifestaciones artísticas. Por tanto, es desafiante en muchos aspectos, también para los que estén involucrados en los experimentos, no creer en la idea de meta-gobierno, y confiar mejor en el gobierno de las cosas pequeñas. Finalmente, lo que se construye y es usado, permanece en pie y es valioso. Y esta es condición imprescindible para reclamar un hipotético derecho al autogobierno.
Mientras tanto, la inercia y la historia (y los privilegios que las fundamentan) siguen operando con una fuerza inequívoca. Para hacer las cosas como todo el mundo ya está todo el mundo, pero hacerlas de otro modo exige un esfuerzo sobrehumano de imaginación. Imaginación política. Diríamos que a pesar de que el ecosistema de manifestaciones artísticas contemporáneas está mutando inevitablemente; las condiciones de producción, circulación e incluso recepción de las mismas, mutan muy lentamente. Están sometidas, ancladas a lo conocido, o más bien, como digo, nos son aún inimaginables.
En Madrid, desde algunas instituciones, como Intermediae, se ha tratado de redefinir la relación entre los artistas y agentes creativos, los ciudadanos y las instituciones, bajo diferentes hipótesis. Intermediae está situado en el contexto de un proyecto urbanístico que soterró una circunvalación que separaba el centro de la periferia de la ciudad y que ha hecho transitable el río Manzanares. Intermediae trabaja con la noción de la institución como herramienta, y orienta los procesos hacia un modo más democrático de producir cultura. Esta posición ha determinado los proyectos, que tienen una naturaleza transdisciplinar y comprometida socialmente tanto en los objetivos como en los procedimientos, expandiendo la noción de lo que consideramos arte (la institución sin bordes). El foco ha estado para nosotras en los últimos cinco años en el trabajo fuera de los límites materiales de la institución: pensando y aprendiendo de los movimientos sociales y coproduciendo con ellos actividades, proyectos y saberes.
Con respecto al carácter educativo y común de los espacios que se producen, es asombroso asistir a los desplazamientos que se producen. Para comprobar cómo las barreras entre el productor y el receptor son borrosas; cómo la distancia entre el aficionado y el experto gestor se achica y agranda dependiendo de si se trata de un debate sobre el territorio, sobre la administración o sobre el contenido o materialización de un hecho artístico concreto. Es un intenso intercambio de posiciones y un interesante ejercicio práctico de educación artística y cívica. Pone de manifiesto algo que ya sabemos, y es que en la producción inmaterial, los capitales y recursos simbólicos son desiguales en muchos aspectos, pero todos igualmente valiosos. Cambia el rol del productor o artista, que se cuestiona en términos de interés, necesidad, cercanía, capacidad de ponerse al servicio, y valor del aprendizaje que aporta. Se intercambian el lugar los representantes de la administración, del arte y de la ciudad, y los representantes de movimientos vecinales o sociales, y por supuesto el artista, que siempre es capaz de transformar y sumar en este continuo intercambio.
Cinema Usera es una infraestructura cultural al aire libre en el que participan como promotores una asociación de vecinos (Zofío), varios colectivos artísticos (Todo por la praxis, We diseñamos), y dos espacios culturales independientes Kubik Fabrik y Espacio Oculto, que con el apoyo de Matadero Madrid (Intermediae) imaginaron cómo sería un cine de barrio al aire libre.
En este caso el gobierno se construye entre sus miembros representativos: dos significativos protagonistas de la esfera cultural con base en el barrio de Usera, un colectivo de arquitectos y una asociación de vecinos. Y el consejo en el que se debate sobre el programa (abierto) del cine suma a los miembros no representativos, vecinos, anónimos, personas particulares. Es un intento de gobierno alternativo, autocrático, experimental y variable. Sobrevuelan la administración pública en forma de Gobierno del distrito y de Gobierno de la ciudad, que a su vez integra muy diversos participantes: todos los que operan y tienen autoridad sobre el espacio público de la ciudad: Urbanismo, Hacienda, Medioambiente. Lidera y promueve el Gobierno de las Artes, que busca producir nuevos emplazamientos para la producción y la distribución simbólica.
Ver a este enjambre de personas y proyectos diversos enfrentarse grandes problemas del modelo privativo de producción de algunas regiones del mundo del arte, como por ejemplo los derechos de autor, conlleva un ejercicio de aprendizaje bien complejo sobre derecho de la cultura. Cuando se imagina un espacio colectivo de enunciación creativa, es posible trascender tanto la inversión como los restrictivos beneficios del sistema artístico convencional. A partir de la lógica de la abundancia y la redistribución en red, gana el productor y al mismo tiempo se genera o se apoya una estructura pública o privada haciéndola sostenible, y además se beneficia al común de quienes se acercan como receptores o aprendices. Se multiplican los beneficios y los beneficiados.
El “Huerto Ladis” (llamado así en homenaje al ecologista Ladislao Martínez) está situado en el lado norte del Parque Plata y Castañar, de Villaverde Alto y lindando con el Complejo Polideportivo. Es una parcela cedida por el Ayuntamiento de Madrid dentro del Programa “Huertos de Madrid” con convenio a Cruz Roja y comparte con esta entidad el uso, derechos y obligaciones y con diferentes asociaciones vecinales (entre ellas La Incolora) y particulares interesados en dicho proyecto. A este huerto perteneciente a la red de huertos urbanos comunitarios se acercó el colectivo Zuloark para hacer una intervención bautizada como “La V de Villaverde”. La intervención está anclada de manera directa a las problemáticas de estos huertos. Son espacios en los que una comunidad formada/formándose relacionada a través de un lugar, lo cuida y lo mantiene y fomenta que se desarrollen actividades. Los huertos urbanos además, son considerados lugares especialmente sensibles en los que localizar intervenciones que repiensan el valor del mobiliario en los espacios públicos.
El proyecto arrancó con procesos de consulta para la evaluación de las necesidades de los futuros huertanos en este espacio concreto, que agradecía un acompañamiento incluso en las tomas de las primeras decisiones. Desde el nombre del huerto hasta sus procesos gobernantes, desde los horarios hasta quien tiene la llave o cómo se reparten las cosechas. A las reuniones mantenidas y organizadas por Cruz Roja, Servicio de Convivencia Intercultural en Barrios, Asociación Vecinal La Incolora y otros agentes del barrio, se suman los vecinos. Acompañan miembros de la Red de huertos Comunitarios de Madrid y también asisten expertos vinculados a proyectos de huertos en otras localizaciones, los «vecinos» del Huerto del Cruce y grupos deportivos que utilizan el parque próximo de manera habitual. Poniendo al servicio de una necesidad y un deseo que ya existe en un contexto determinado, y utilizando algunas de las herramientas más potentes de la creación, como la sensibilidad necesaria para un diagnóstico colectivo o la negociación, se amplían los horizontes de lo que era imaginable en un espacio común. Hoy no es sólo un espacio de sensibilización y experimentación medioambiental, sino que integra de manera orgánica necesidades y sensibilidades que atraviesan a la comunidad que lo usa. El intercambio cultural se facilita porque es un espacio de enunciación común en el que no se determina ni el quién ni el qué a priori. Se usa lo que existe y se introducen elementos como un mobiliario específicamente diseñado para el lugar. Una mínima infraestructura que genera identidad y que demuestra de manera sencilla y eficaz que lo que nos pasa tiene importancia y que dándole un sentido más allá es además fácilmente comunicable a otros. De manera orgánica, tanto las entidades con representación en otro foros en el barrio y en otros barrios, como las personas particulares, deciden qué otras iniciativas y acciones pueden llevarse a cabo tomando como referencia y plataforma este nuevo espacio. La vida del mismo está en las manos de quienes decidan habitarlo.
Los Madriles es un proyecto en el que Intermediae y la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (FRAVM) junto a los colectivos Zuloark y Lys Villalba, el Vivero de Iniciativas Ciudadanas [VIC], Paisaje Transversal, y Todo por la Praxis. Se trata de un atlas de iniciativas vecinales. Un proyecto en el que el mapeo es utilizado como herramienta no sólo de visibilización sino también de diagnóstico colectivo. A través de jornadas en las que se rastrean y taxonomizan iniciativas y espacios vecinales, se diseñan espacios de diálogo y encuentro en los que compartir estos otros modos de gestión y de gobierno que determinan el carácter, siempre inspirador y en la vanguardia de la sensibilidad ciudadana, típico de estos espacios. El deseo de hacer esta cartografía de acciones autónomas de los vecinos y vecinas de Madrid, surge de la necesidad de visibilizar los espacios excepcionales construidos por la ciudadanía.
Como reza en la web, la potencia de los proyectos mapeados, la riqueza de una colección de espacios que hablan por sí mismos podría ser suficiente, pero también se puesta por la oportunidad que genera un mapa como dispositivo de apertura y encuentro. Arte urbano, apoyo mutuo y cuidados, desarrollo social y comunitario, movilidad sostenible, solares vacíos, vivienda compartida, diseño y autoconstrucción, despensas solidarias y bancos de intercambio, escuelas populares, medios de comunicación vecinales, espacios de trabajo colaborativos, solares y espacios recuperados…
A medida que pasan los años y que somos testigos de que la desigualdad y la precariedad se han instalado cómodamente en nuestras vidas, el papel de estos proyectos y de las comunidades que les dan cuerpo es importantísimo. Ellos son los que están contribuyendo a la redefinición de lo que es “espacio público”. Desde las experiencias generadas en ellos es sencillo asomarse a las grietas de los actuales protocolos que la administración tiene y pone a disposición. Se atisban no sólo los problemas, sino también las posibles soluciones. Estas formas de organización devuelven a su vez a la ciudad una pregunta por su dimensión legislativa y por tanto, por las condiciones de posibilidad que permiten, amparan o prohíben determinado tipo de proyectos culturales y de intervención ciudadana. Como parte de este enfoque, podríamos señalar el debate en torno a nuevas figuras como la “custodia urbana”, elaborada desde el proyecto Esta es una Plaza y que permite pensar en cómo facilitar la gestión del espacio público, basándose en la gestión del procomún y según una lógica de corresponsabilidad social de los ciudadanos.
Para que espacios construidos más democráticamente sean sostenibles se requerirían grandes dosis de confianza por parte de la administración, que debería pasar a ser una administración “que participa”, que es co-responsable y una más entre los agentes sociales que conforman la esfera pública. Ésta debería intentar consolidar líneas de acción y financiación dirigidas a generar este tipo de espacios, que favorecen el encuentro y que son económicamente un modelo sostenible, pues lo sostienen más personas.
Por parte de los ciudadanos, se requeriría no sólo la demostrada autonomía y las grandes dosis de generosidad, creatividad, cultura crítica, sino también aún más conocimiento sobre las leyes y normativas que en el momento presente constituyen el gobierno del espacio público, para que tanto las quejas como las propuestas lograran ser más certeras, y el análisis de las fallas más exhaustivo. En lo que sin duda, debería comprometerse también de manera consistente “lo público”. Se siguen necesitando herramientas y espacios de diálogo abierto entre los diversos agentes comprometidos en el gobierno del espacio público. Sería indispensable hacer esto sin olvidar qué papel tiene el espacio del arte en esta encrucijada y cómo al ser atravesado por estas cuestiones se convierte, orgánicamente, en un ecosistema propicio y fértil, que acoge los experimentos futuros en su radicalidad.